domingo, 28 de agosto de 2016

Memoria sentimental de un imaginario viaje por el mundo

Juego Memoria del Mundo, con las imágenes del album de barajitas
cuyo nombre no recuerdo. Fotografía: José Marcano
La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.

Jean Paul

Misionera yugoslava nacionalizada india(1910-1997)


Mis primeros conocimientos acerca de nuestro planeta no provinieron de un Atlas Universal o de una enciclopedia, sino de un álbum de barajitas cuyo nombre no recuerdo. Era el año 1972 y yo cursaba primer grado.

De las pequeñas emociones que guardo de mi niñez, una de las más duraderas ha sido la expectativa que me generaba la adquisición en el abastos El Águila de mi provisión de sobrecitos para llenar el álbum. Cada uno, contentivo de cinco barajitas, costaba un medio (0,25 Bs.), lo cual representaba la mitad de mi asignación para la merienda escolar. Gustoso la sacrificaba con tal de comprar religiosamente, cada día, el empaque tan esperado.

Estructurado por secciones según regiones geográficas ―América del Norte, Centroamérica, Surámerica, Europa, Asia, África, Oceanía―, el álbum iniciaba cada apartado con un mapa ilustrado a página completa, seguido por banderas de los países y luego ilustraciones de costumbres, plantas, animales o aspectos curiosos de cada continente. En el espacio que debía ocupar la barajita, se leía la explicación correspondiente a la imagen.

Imágenes de nuestro mundo: Europa. Juego Memoria del Mundo.
En este viaje imaginario que transitaba como un descubrimiento cotidiano ―yo, que a mis siete años no había salido nunca de mi Cabimas natal― supe de la venta de quesos en el mercado popular de Holanda; la llamada al ordeño de las vacas mediante una trompeta en Suiza; los encierros de toros en Pamplona (España) y los espectáculos taurinos en dicho país; así como la práctica de la corrida de la sortija, con reminiscencias medievales en Europa.

Imágenes de nuestro mundo: África. Juego Memoria del Mundo.
La sección de África me sorprendía con Petra, la ciudad tallada sobre la roca en Jordania; los vendedores de agua en Marruecos, ataviados con sombreros de campanitas; la majestuosidad del monte Kilimanjaro en contraposición con las extensas llanuras en Kenia; las vicisitudes de las tribus nómadas Tuareg en el desierto del Sahara; la curiosa tribu Ndebele en Suráfrica, que decoraba con vibrantes pinturas geométricas sus viviendas; los pigmeos de la tribu Baka en Camerún y los esbeltos Masai,  asentados entre Kenia y Tanzania.

La sección de Asia mostraba las maravillas del Monte Everest, localizado en la frontera entre China y Nepal; el Monte Fuji, el Buda gigante y los luchadores de sumo en Japón; las danzas tradicionales y el particular boxeo con pies y manos en Tailandia; la caza del tigre de Bengala y los encantadores de cobra en India; las gigantescas trompetas de los monjes tibetanos; y las mujeres jirafas en Birmania.
Imágenes de nuestro mundo: Asia Juego Memoria del Mundo.
Imágenes de nuestro mundo: Asia. Juego Memoria del Mundo.
Imágenes de nuestro mundo: América
del Norte y Centroamérica. Juego 
Memoria del Mundo.

En América del Norte y Centroamérica se mostraban la danza de la serpiente de los indígenas Hopi y la danza del Búfalo por aborígenes norteamericanos; el volcán Izalco, en El Salvador, llamado Faro del Pacífico o Faro de Centroamérica; los Toritos llenos de luces de bengala en Cuernavaca, México; y la dura vida de los esquimales.

Imágenes de nuestro mundo: Suramérica.
Juego 
Memoria del Mundo.
En América del Sur destacaban, entre muchas otras imágenes extraordinarias, la imponente cordillera de los Andes; la ciudad de Machu Picchu, en Perú; el Salto Ángel, en Venezuela; los nenúfares gigantes en la amazonia brasileña; la caza del ñandú con boleadoras en la Patagonia argentina; los Moais en la Isla de Pascua (Chile); y el Carnaval de Oruro, en Bolivia, con la lucha entre el arcángel Miguel y el diablo.

Oceanía se mostraba misterioso y virgen, con indígenas maoríes cocinando en géiseres en Nueva Zelanda; cazadores de tiburones en Samoa; bailes sobre piedras incandescentes; pintores y tallistas de máscaras en Nueva Guinea; y aborígenes australianos corriendo en busca de la lluvia por las sabanas desérticas.
Imágenes de nuestro mundo: Oceanía.
Juego 
Memoria del Mundo.

La sorpresa de una barajita premiada me alegró un día: era la del Cuco, ave conocida por parasitar nidos ajenos, dejando a sus polluelos para que los alimenten los adultos de otras especies. ¿Qué gané? Felicidad, imagino, y alguna baratija que ahora no recuerdo.

Este álbum, casi lleno, lo guardé celosamente en mi casa paterna durante décadas, hasta julio de 2003, cuando un súbito ataque de comején me obligó, para mi pesar, a desecharlo.

Hace cinco años me reencontré con estas imágenes en un juego ―precisamente llamado Memoria del Mundo―, ese que en más de una ocasión compartí con mi hermana menor durante las "divertidas vacaciones" de nuestra infancia. La nostalgia afloró en mi mente al notarlo en los anaqueles de una vieja juquetería en Ciudad Ojeda y desde entonces me acompaña como testigo silencioso, durante las sesiones de trabajo en mi cuarto de estudio. De vez en cuando los Hopi, los Tuareg y los Masai se entremezclan con europeos y asiáticos, en súbitos arrebatos de pueril entretenimiento.

viernes, 19 de agosto de 2016

Liliana Durán: estrella terrenal


Liliana Durán, estrella por derecho propio. Fuente: Grupo
de Facebook Televisión y Cine en Retrospectiva.
El primer recuerdo que tengo de Liliana Durán es el de una mujer atractiva, ya en edad madura, de labios voluptuosos y ojos expresivos. Interpretaba a Carmela, la dueña de un bar en la Venezuela de los años 50, quien ayudaba a los miembros de la resistencia contra la supuesta dictadura del General Marcos Suárez Figueres, interpretado por Luis Rivas. Era objeto de la atención amorosa de Manuel Fulvio Sanz ―Tomás Henríquez, en una de sus mejores caracterizaciones― y madre de Hazel Leal. La humanidad transmitida a su personaje le permitía lucir sus dotes histriónicas, en un elenco de grandes figuras que incluía a Gustavo Rodríguez, Amalia Pérez Díaz, Mahuampi Acosta, Rafael Briceño, Arturo Calderón, Julio Jung, Charles Barry, todos apoyando a la pareja protagónica a cargo de José Luis Rodríguez (El Guácharo) y Pierina España (Estefanía, en la novela homónima de 1979).

No, no era fea. Fuente:
Revista Encuadre No. 62
Sin embargo, no hay que ser injustos: ella era una actriz de alto vuelo, que se había iniciado muy joven en el cine mexicano junto a los grandes intérpretes de la llamada Época de Oro y que, además, sostenía tras de sí una envidiable trayectoria en la televisión y el teatro venezolanos.

Liliana Duran Leal nació el 1⁰ de mayo de 1932 en Elda, Alicante (España). Era hija de Expósito Durán, quien había ejercido como gobernador de Gerona por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), además de asesor del movimiento sindical en el área de las comunicaciones. Luego de la guerra civil española, la situación se tornó peligrosa para él y su familia, por lo cual optaron por salir como refugiados republicanos y se radicaron en México. Allí llegó Liliana a la edad de 6 años.

Fuente: Libro Amores Públicos,
Fundación para la Cultura Urbana.
A Ricardo Tirado, quien la entrevistó para su libro Amores Públicos (1) en el 2001, le confesaría: «Tenía complejos por mi estatura y mi delgadez hasta los 14 años. Eso terminó el día que, al pasar frente a un grupo de muchachos, recibí mi primer piropo. Usaba mi primer suéter y ya para el año siguiente empecé a presumir con un mínimo de maquillaje y me hice un ‘tipo’. Me miré al espejo y me dije: ‘No está mal…no está mal… ¡No soy tan fea!’».

Aún adolescente, Liliana se propuso ser actriz y se estableció como meta que desistiría de sus sueños de gloria si no lograba un sitial en su profesión en los próximos cinco años. Afortunadamente, ya a los 20 años de edad su presencia había sido notada en el panorama cinematográfico mexicano, donde filmaría 15 películas. Esos años representaron para ella la confirmación de que su vocación era verdadera y, por ello, vale la pena conocer un poco acerca de esa experiencia cinematográfica.

En su blog errataspuntocom (2), el periodista y escritor Eduardo Mejía señala que Liliana Durán «se hizo actriz en el cine mexicano; tuvo muy pocas apariciones, en un periodo muy breve, y en ninguna de sus cintas le dieron un papel principal, aunque en tres de ellas es muy destacado; después de sus mejores actuaciones desapareció del panorama cinematográfico, y sus apariciones posteriores fueron en la televisión venezolana».

Escena de La Tienda de la Esquina (Díaz Morales, 1950).
En primer plano, los hermanos Lupe y Miguel Inclán. Atrás,
Roberto Espriu, Liliana Durán, Bárbara Gil, Juan Orraca
y dos actores no identificados. Fuente: blog Filmotropo
Cartel de La Tienda de la Esquina, donde Liliana figuraba en
la cola del elenco. Fuente: Blog Yo no soy de esta época
Según Mejía, en casi todas esas cintas fue “la otra”,  o la amante malvada que intenta quitarle el marido a la estrella de la cinta, o la esposa engañada por el marido con la amante buena; o fue villana malvada y perversa.

Sus primeras incursiones como intérprete se produjeron en el teatro en 1949, luego debutó en el cine en 1950 con un papel secundario en la película Donde nacen los pobres, protagonizada por Abel Salazar y Amanda del Llano. A esta cinta le seguiría ese mismo año Tacos joven (El poder de los hijos). El director José Díaz Morales le asignó un papel de mayor peso en La malcasada (1950), convirtiéndose en su mecenas dentro del cine mexicano, al trabajar con él en siete cintas.

Liliana en una escena de El dinero no es la vida. Fuente: página
venezuelamiamor.maxbb.ru 
A raíz del éxito alcanzado en El dinero no es la vida (1952),  Liliana logró mejorar su estatus como figura de atracción de taquilla y ello incidió en una mejora para llegar a mejores filmes. El distribuidor Salvador Cárcel, quien manejaba más de 190 salas en Venezuela, se asoció con Argel Films, la productora de Emilio Tuero, y exigió su participación en la cinta Salón de belleza, adelantando para la película 35 mil dólares por la firma de la actriz, quien tenía muy buena imagen en nuestro país. Ella misma recuerda que recibía muchas cartas y misivas cariñosas desde esta nación suramericana, la cual era uno de los mercados fuertes del cine mexicano.

Cartel de Salón de Belleza. Fuente: Blog
Primordiales
La cinta incluyó en su reparto, además de Liliana, a Emilio Tuero, Rita Macedo, Andrea Palma y María Douglas, todos reconocidas estrellas. Su rol era el de una actriz que intenta seducir al protagonista. Según ella misma lo expresara, «allí mi personaje era una estrella de cine llamada Elisa Manzi, que lucía joyas auténticas y un vestuario precioso de firma. Era una traidora de lo último, una bicha, pues…». A juicio del periodista Eduardo Mejía, “[…] Durán está sobrada para ese papel, y se desperdicia su picardía, que sólo se insinúa.»


Cartel de Noche de Perdición. Fuente: Blog
Caminando en el tiempo
Fue así como Liliana logró colarse en la que es conocida como la Época de Oro del cine mexicano, donde participó tanto en comedias burdas como en melodramas.  Otras películas en las que intervino y que tenían buen reparto fueron Noche de perdición (1951), con Rosa Carmina; La mentira (1952), con Marga López y Jorge Mistral; y ¡Prefiero a tu Papa! (1952) con Fernando Soler, Emilia Guiú, Joaquín Cordero, Delia Magaña, Amelia Wilhelmy, Yolanda Varela y Blanca de Castejón.

Luego filmaría El Mil amores y Escuela de Vagabundos, dos clásicos protagonizados por Pedro Infante bajo la dirección de Rogelio González.  En la primera, Durán es la novia de Infante, e hija de la excelente Emma Roldán. Para el periodista Eduardo Mejía, en esta cinta Liliana «parece más bien mustia, y en desventaja frente a una (Rosita) Quintana que por esta vez no es cachonda, sino desamparada. Durán la aventaja: más suelta, más guapa, más simpática y más pícara, lo que no lo expresa con palabras, sino con miradas incitadoras que disimula cerrando los ojos cuando parece que va a descararse; el tono de voz es de señorita mimada, y sólo al final, cuando los enredos que provoca (Joaquín) Pardavé hacen creer a Roldán y a Durán que Infante es casado y con hijos –comedia que habían armado para desilusionar a Quintana— Roldán y Durán se revelan ambiciosas e interesadas, lo que aprovecha Infante para deshacerse de ellas».

Fuente: Imdb.com
Precisa el periodista que Durán llama la atención porque muestra una belleza no muy común: «en vez de la mujer sumisa o de la dama bravía acostumbradas en nuestra cinematografía, parece agresiva, prometedora, anunciando pasiones que no ofrece Quintana. Y la mirada que le dirige a Infante en las escenas finales la revela como cruel y mandona. Es una lástima, para la cinta, que Infante prefiera a Quintana, porque entonces la trama regresa al carril de las buenas costumbres y no a lo que parecería conducirla una Durán digna de una sensualidad sólo permitida a las villanas.»

Siguiendo nuevamente a Mejía, Escuela de
En una escena de Escuela de Vagabundos. Captura de pantalla
vagabundos
sería su mejor película desde el punto de vista cinematográfico. Acá encarnó nuevamente a “la otra”, pero “otra” que merecería mejor suerte que la estrella Miroslava, muy bella pero tiesa y sobreactuada: «Durán compite con Anabelle Gutiérrez en simpatía, y como ella, se roba las escenas en las que aparece».

Su siguiente cinta, y la última durante más de 15 años, fue El sultán descalzo, de Gilberto Martínez Solares, una cinta de regular calidad, en la que según Mejía, ni en las reseñas incluidas en las dos ediciones de la Historia documental del cine mexicano, ni en la del volumen dedicado al cine de Tin Tan, se repara en la presencia de Durán. Ella tiene un papel memorable: esposa del policía Joaquín García Borolas, declara que todos sus vecinos son sus "compadres", y le confiesa que, como él trabaja por las noches, Tin Tan la pasea, la lleva a bailar y la divierte en su ausencia:


Cartel de la película. Fuente: filmaffinity.com
Luego de varios enredos, ella, preocupada por la desaparición de Borolas (preso por culpa de Tin Tan), le pide que lo busque; él se aprovecha para usar un uniforme de policía y recaudar comida para Varela, y le advierte que tiene que cubrirlo para que no lo castiguen; le pone una tarifa: “50 pesos, o tú dirás”, a lo que contesta Durán, en una de las escenas más inquietantes del cine mexicano: “Mejor tú dirás, porque 50 pesos no tengo”, y se le cuelga del brazo. (3) 

Para Mejía, esta cinta, no muy buena, se salva por Liliana Durán «bella, atractiva, graciosa y provocativa. Y por desgracia, cuando parecería que se encaminaba a una carrera más provechosa, emigró a Venezuela; su huella en nuestro cine es endeble, pero con unas cuantas actuaciones permanece como algo que pudo haber sido y no fue».

Liliana en una escena de El mil amores. Captura de pantalla
La salida de Liliana del panorama cinematográfico mexicano, en el que parecía su mejor momento y el más prometedor,  tuvo una sencilla respuesta: el amor. En enero de 1956, ella se encontraba disfrutando su luna de miel por el Caribe y llegó por vía marítima a Caracas junto a su flamante nuevo esposo, el publicista Héctor Quintanilla, quien venía contratado por una filial transnacional, “seguro de haber convencido a su compañera de su retiro de la actuación”. La realidad era otra:

«Yo estaba feliz…Venir a este país tan determinante para el crecimiento de mi carrera y meca consagratoria para los mexicanos. Y una vez que me vi en Caracas, estaba segura de que me iba a incorporar a su dinámica apenas “me descubrieran” y tendría ofertas imposibles de rechazar que ni siquiera mi esposo se podría negar a que yo fuera totalmente feliz.» (4)


Liliana en 1957. Fuente: Televisión y
Cine en Retrospectiva
.
Al llegar a la capital venezolana, Liliana logró efectivamente ubicarse en las pantallas y en la escena teatral. En los próximos cinco años, mientras iba consolidando su presencia en el mundo del espectáculo nacional, procreó tres hijos: Mirtha, Liliana (Pelusa) y Alejandro.

Para ella, era fascinante codearse con grandes pioneros de las tablas en nuestro país como Juana Sujo, Alberto de Paz y Mateos, entre otros:

Yo empecé aquí haciendo el llamado gran teatro del mundo. Hice Shakespeare en Sueño de una noche de verano, Medida por medida y Otelo; El amor de los cuatro coroneles, de Pirandello; El jardín de los cerezos, de Chejov; María Estuardo, de Schiller; La muchacha del campo, de Clifford Odets. También hice teatro venezolano, estrenando María Lionza, de Ida Gramcko; Chúo Gil o Los Tejedores, de Arturo Uslar Pietri; Okey y Asia y el Lejano Oriente de Isaac Chocrón. También el buen teatro, incluye piezas populares como El Espíritu Burlón, de Noel Coward o las miles de veces representada por todos Vidas Privadas. Con la empresa Bulgaris del Teatro Chacaíto, Descalzos en el parque y Hotel Terraza Suite. En fin, siempre hice el mejor teatro. También en televisión, más de un centenar de piezas de autores universales.(5)

Jairo Carthy, Alicia Álamo, Laura Zerra y Liliana en El Gorro
de Cascabeles. Fuente: Blog de Jairo Carthy
Otras obras en las cuales participó fueron Los lunáticos, dirigida por Antonio Constante; y El gorro de Cascabeles, de Luigi Pirandello.

En su entrevista a Liliana, Ricardo Tirado le pregunto por qué siendo una figura eminentemente cinematográfica, sus películas en Venezuela eran tan escasas. Ella le respondió: «Cuando llegué a Venezuela, el medio más fuerte era y es, la televisión, como único capaz de garantizar un trabajo estable y un buen contrato que te permitiera vivir decentemente. También en ese entonces se hacían pocas películas. Pero lo más definitivo para decir no al cine hecho en casa, es que muchos de los asuntos o guiones que me han ofrecido no me han interesado. Te piden desnudos o hablar como una malandra con una sarta de palabras obscenas o que trabajes por un sueldo mínimo o gratis, preferiblemente. Si cualquier producción cuesta millones en cine, ¿cómo es que no tienen asegurado el sueldo de los actores que dan la cara? En el teatro tal vez eso se pueda hacer. Puedes transigir, porque son otras circunstancias, y si te llena espiritualmente, bueno, tal vez. De hecho lo hice en más de una oportunidad en el pasado y lo volvería a hacer si fuese necesario».

Liliana en los 70. Fuente: RCTV / revista Estampas
Al preguntarle por las películas realizadas en Venezuela, recordó con cariño Papalepe (1966), «que no resultó una gran película, pero era una bonita historia familiar, que me permitió conocer y socializar con gente maravillosa e importante del medio artístico venezolano […] El director fue Francisco Graciani, y nunca podré olvidarme de que, una vez terminada la película, fui a su oficina ubicada en un anexo de unos pequeños estudios en San Agustín del Norte, a que me cancelara el 50 por ciento restante por mi trabajo, encontrándome con una gritería pidiendo una ambulancia, y era que al buen señor Graciani le había dado un ataque al corazón. No volví mas

También se refirió a Cuando quiero llorar no lloro (1974), a la que calificó como «una obra redondita, o mejor dicho una pieza maestra dentro de todo lo realizado hasta ahora, e inició todo un boom para el cine latinoamericano, liderado por el cine hecho en Venezuela. Es que el libro de Miguel Otero Silva es una maravilla, como también la adaptación y guion de Wallerstein y Román Chalbaud, además de contar con un elenco fabuloso».

En Historias de Amor y Brujería, de Carlos Cosmi. Fuente:
Grupo de Facebook Televisión y Cine en Retrospectiva.
Otras participaciones en la pantalla grande local fueron en las cintas El Reportero (1968), junto a Amador Bendayán; Perros de alambre ( Manuel Caño, 1978), una coproducción hispano venezolana; Historias de Amor y Brujería (Carlos Cosmi, 1980); Traficantes de Pánico (René Cardona Jr., 1980), coproducción con México; Macho y Hembra (Mauricio Wallerstein, 1984), donde también se desempeñó como directora de arte y diseño de la producción; así como Sherlock Holmes en Caracas (Juan Fresán, 1991).

Liliana se incorporó a la televisión al poco tiempo de llegar a nuestro país y en un medio tan joven logró destacar en teleteatros y telenovelas. En 1957 protagonizó La Solterona, junto al galán Héctor Hernández Vera.  Otros dramáticos en los cuales aparecía como figura principal fueron La muda, La otra cara y La desheredada.

Liliana Durán y el recientemente fallecido Aldo Monti. Fuente:
revista Encuadre No. 71.
 El 27 de julio de 1966 —hace exactamente 50 años— inició sus transmisiones regulares en Caracas el Canal 11 de televisión, gracias a la iniciativa de los hermanos Amable y Ricardo Espina. Entre los programas difundidos en la fecha inaugural figuró Orgullo de Casta, que señaló la reaparición de Zoé Ducós en la pequeña pantalla, y Mi secreto me condena, donde debutó Espartaco Santoni, acompañado por Liliana y María Luisa Lamata.  Otras producciones de esa época fueron Del altar a la tumba (1969) y Encrucijada (1970).

A mediados de los 70 la actriz regresó a México para una telenovela que le dedicó Carlos Olmos, autor de la afamada Cuna de Lobos, la cual se llamaba Una Grieta en el espejo; «me tocó empezar de nuevo, con todo y que me brindaron un crédito especial que decía “Con la presentación en la TV mexicana de la actriz venezolana Liliana Durán”. También hice una película Los corrompidos, que no fue la excepción».

En esa época, Liliana trabajaría en la Corporación Venezolana de Televisión (CVTV) en telenovelas como La Inolvidable, junto a  Manolo Coego; y Volver a vivir, una historia vespertina de suspenso protagonizada por Carmen Julia Álvarez y Héctor Myerston, además de Giove Campuzano, cuyas villanías harían las delicias de los televidentes.

La inolvidable Carmela de Estefanía. Captura de pantalla de
la telenovela.
Sin embargo, Liliana también será recordada por su destacada participación en inolvidables producciones dramáticas de Radio Caracas Televisión: en La Usurpadora (1971-1972) era la presidiaria Isolda y en Valentina (1975) encarnaba a Tundra, otra presidiaria que en la cárcel quiso hacer la vida imposible a Sonia (Marina Baura). Interpretó el personaje de Verónica Castro, la verdadera madre de Ana María (Marita Capote) en Raquel (1974); Alejandra (1976) le permitió incursionar en los roles de buena, al interpretar a la dueña de una boutique protectora de la protagonista (Chony Fuentes). En Resurrección (1977) personificó a la esposa de Chacho Chirinos (Tomás Henríquez) y en Estefanía (1979-80) a la inolvidable Carmela.

La década de los 80 hizo posible diversificar su galería de personajes: interpretó a la perversa Miss Janet,  una villana, esta vez en los tiempos de los lords ingleses en La Hija de Nadie (1981-82); fue la madre de Mayra Alejandra en la fallida novela de suspenso El esposo de Anaís (1980); progenitora de Lucio Bueno en Muñequita (1980) y madre de Jean Carlos Simancas en Marielena (1981). En Angelito (1981) era amiga de Inés (María Conchita Alonso).

Una envejecida Liliana junto a Doris Wells en
La Comadre, Fuente: revista Estampas.
Para La Comadre (1981) permitió que la envejecieran prematuramente; así lució en esta miniserie dirigida por Román Chalbaud y protagonizada por Doris Wells. También intervino en ¿Qué pasó con Jacqueline? (1982) y en Jugando a vivir (1982), en el rol de Bertha, el último en este canal.

Reaparecería en la señal de Venevisión —en su última etapa frente a las cámaras televisivas— en las telenovelas Cantaré para ti (1985);  Amor de Abril (1988), La Mujer Prohibida (1991) y Peligrosa (1994-1995), donde se despidió con una villana elegante, Leandra.

Juan Carlos Vivas, Francisco Ferrari, Liliana Durán y Víctor
Cámara, parte del elenco de Peligrosa. Fuente: Fotogramas
En su conversación con Ricardo Tirado (6), hizo un balance de algunos aspectos de su vida personal: «Aquí me he realizado como persona y como profesional, nacieron mis tres hijos y nietos, también me divorcié y me ha tocado sufrir como todo el mundo». Nunca quiso reincidir en el matrimonio luego de su separación: «Desde que me divorcié hace años, manejo muy bien la soledad».

En esa ocasión, Liliana manifestó que se consideraba hogareña y familiar. Aseguró que le encantaban las manualidades, coser, tejer, cocinar. «Me encantan mis nietos, a quienes adoro, y cuando no hago nada de eso que mencioné, leo. Suelo leer mucho y escucho música en la tranquilidad de mi casa, lo que me sirve para reflexionar, organizarme, contestar la correspondencia. También me encanta viajar. Aparte de mi residencia caraqueña, tengo un apartamento en la isla de Margarita, y como si fueran míos, uno en Madrid y otro en París. Digo como si fueran míos porque allí viven mis dos hijas casadas que frecuento, como es natural, cada cierto tiempo».

Liliana, gran dama de la televisión venezolana. Fuente: RCTV
Tirado le argumentó que algunos podrían confundir sus personajes con su temperamento, a lo cual ella respondió: «Tengo una cara con expresión que puede confundirse con la altivez, pero no soy orgullosa para nada. Si han de juzgarme, que lo hagan por mi trabajo. Claro que me gusta que la gente me quiera, como a todo el mundo. Ahora, entiendo que el público se hace una idea de una gracias a los personajes, a la voz, gracias a la prensa. A los artistas se nos idealiza mucho. Cuando nos ganamos el favor del público nos sentimos bien pagados, como tocados por Dios. Ser temperamental en lo que toca a berrinches y desplantes no paga, creas una fama de conflictiva y los actores en general, así sean primeras figuras, deben trabajar como empleados u obreros. ¡Las estrellas solo existen en el cielo!».

Retirada de la vida pública a finales de los 90, se residenció en la isla de Margarita donde dejó de existir el jueves 24 de agosto de 2006, deceso del que este año se cumple ya una década.

Referencias bibliográficas

(1) Tirado, R. (2004). Amores Públicos. Fundación para la Cultura Urbana, Caracas.
(2) Mejía, E. (2015). Reivindicación de Liliana Durán. Blog errataspuntocom, publicado el 27/07/2009,  México, [texto en línea], consultado el 14/08/2016, disponible en http://errataspuntocom.blogspot.com/2009/07/reivindicacion-de-liliana-duran.html
(3) Ibíd.
(4) Tirado, R. (2000). op. cit.
(5) Tirado, R. (2000). op. cit.
(6) Tirado, R. (2000). op. cit

jueves, 11 de agosto de 2016

Francisco Javier Ibarra: “No voy a dejar una Mona Lisa”

Francisco Javier Ibarra.
(Foto cortesía Abaco Art Gallery & Store)
La primera impresión que ofrece Francisco Javier Ibarra a su interlocutor es que se está ante la presencia de un emprendedor, en el sentido estricto de la palabra. Por fortuna, también es un artista. Nada más inicia la conversación, enumera sus proyectos —a ejecutarse o en ejecución—: un video sobre Emerio Darío Lunar, la edición de tres libros propios, la organización de la gira Periplo Ilustrado, la exposición Color Vital, junto a César Rondón Arriaga (quien retoma su labor como pintor), actualmente en el Club Italo; y hasta la propuesta de creación del Museo de Arte Contemporáneo de Cabimas.

«Yo veo arte en todos lados», dice. «Veo exposiciones con músicos, fotógrafos, pintores, todos integrados, acá en Cabimas. Necesitamosvolver a nosotros, reivindicarnos con la naturaleza humana y nuestra ciudad».

Francisco nació en este municipio petrolero en 1976, aunque su origen familiar tiene una historia muy particular: «Pertenezco a la cuarta generación de los Ibarra. Mi bisabuelo vino de Siria con sus hermanos, en la búsqueda de una vida mejor. Sin embargo, fueron perseguidos al poco tiempo de su arribo por circunstancias de la época, que aún no tengo claras; ellos huyeron al monte y luego se separaron. Un guardia ayudó a mi bisabuelo y él, en su honor, se rebautizó como Francisco José Ibarra. Él le pondría a su primer hijo Francisco Manuel y este llamaría a mi padre Francisco Antonio, quien para seguir la tradición introdujo una ligera variante: me llamó Francisco Javier y a mi hermano Francisco Alejandro».

El Rincón del Compositor. Obra de Francisco Ibarra.
Fotografía cortesía Abaco Art Gallery & Store
Con estudios primarios en Cabimas, el bachillerato lo cursó en el liceo Andrés Bello, en Lagunillas, donde su padre fue director encargado, debido a la ausencia temporal del titular y de la subdirectora.

Yo pinto desde niño, desde que tengo uso de razón. La pintura siempre fue una alternativa de distracción, un hobby, y sí, una necesidad de crear algo.

A la muerte repentina y a destiempo de su progenitor en 1994 —falleció de un infarto cuando apenas tenía 43 años de edad—, Francisco Javier trató de mantenerse en pie, como se esperaba de quien es el mayor de tres hermanos. Sin embargo, en algún momento esa aparente fortaleza se quebró y se sintió perdido. «Cuando creí que no podía hacer nada, comprendí que debía buscar algo que me sacara de ese estado. Entonces me volqué de nuevo en la pintura».

Recuerda que compró tres tejas, una lata de chimó y plasmó una de esas escenas con casitas de los Andes. Una semana después, las hormigas habían devorado sus obras. Más tarde, tomó unas latas de pintura sobrante en su casa, preparó unos lienzos e hizo uno de sus primeros cuadros. «A mis amigos les gustaban e incluso me pedían que se los vendiera, claro, muy económicos, pero por lo menos me permitió seguir comprando materiales para continuar con mi labor».

Detrás del Huerto, de la muestra
Color Vital actualmente exhibida
en el Club Italo en Cabimas.
 Francisco se inscribió en la carrera de Gerencia Industrial en la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt (UNERMB), en Cabimas. A los 22 años, mientras cursaba sus estudios universitarios, trabajaba además como mesero en un café restaurant en Maracaibo, que a la vez era galería de arte. «Allí aprendí a servir mesas, a llevar una bandeja llena de vasos y tazas, a preparar más de 40 tipos 
de café…aprendí a ser yo mismo».

La idea que tenía de combinar estudios y trabajo no funcionó, principalmente porque su atención se orientaba hacia otros intereses. La carrera la abandonó en el séptimo semestre, como igual hizo con Contaduría en el cuarto semestre. Ya había participado en dos exposiciones: Euforia y Fortalezas, ambas en 1998 en Cabimas. En 1999 montaría Un poco de Calor, en Maracaibo; y en el 2000 presentaría Estudio de las flores y un amor en cautiverio, en el mismo café restaurant donde laboraba. Allí mostraría también las creaciones de Síndrome de Capricornio (Elemento Agua), una serie que años más tarde retomaría con nuevas muestras en Atlanta y Barcelona.

Espejismo No. 5. Obra de Francisco Ibarra.
Fotografía cortesía Abaco Art Gallery & Store
Para sorpresa de muchos, este prolífico artista cabimense acumula más de 30 exposiciones, entre individuales y colectivas, tanto en nuestro país como en el exterior, incluida su participación en el marco del Forum Barcelona 2004, en España. La historia de cómo llegó su obra a este escenario internacional es digna de una telenovela. Baste decir que sin dinero ni pasaporte, mucho menos conexiones en el extranjero, en plena resaca del paro cívico petrolero del 2002/2003, cuando todas las circunstancias apuntaban al fracaso de unas aspiraciones dentro de las cuales el arte había pasado a un segundo plano, el destino tornó las “casualidades” en “causalidades” y le permitió estar presente en uno de los espacios culturales más importantes de principios de este siglo. De allí que él afirme convencido: «Yo creo en las infinitas posibilidades» y todas estas experiencias las ha recogido en un libro con el mismo nombre, actualmente en edición.

Dominical 9-55. Serie Las Memorias del Aire.
Fotografía cortesía Abaco Art Gallery & Store
Durante dos semanas —que se extendieron a dos meses—, Ibarra pudo compartir con 258 artistas de todo el mundo, gracias al apoyo recibido por una galería independiente que tenía un espacio dentro de las actividades del Forum. En el marco de ese evento, presentó Síndrome de Capricornio (Elemento Fuego), en Barcelona, Mataró, Catalunya, Badalona y otras localidades ibéricas. Luego expondría Petal de Roca (Catalunya, 2004), Naturaleza Gótica (Barcelona, 2004) y tres colectivas en Mónaco (2004), Toulousse, Francia (2004) e Ibiza, España (2004).

Del 2004 al 2009 estuve viajando periódicamente a España. En 2007 presenté Las Fábulas de Cuervococo en varias ciudades de España y en el Boulevard Voltaire, en París. Ese año también abrí Própera Parada (Barcelona) y Próxima Parada (Cabimas y Oranjestad, Aruba).

Mayo Crepuscular. Fotografía cortesía cortesía Abaco Art Gallery & Store
Durante los dos últimos años, Ibarra ha contribuido con la organización de las muestras Las Memorias del Aire (individual), Yo soy de aquí (colectiva de artistas plásticos cabimenses) y la ya mencionada Color Vital, con César Rondón. Además, apoyó para la presentación de la individual Al otro lado del puente, del fotógrafo Miguel Ángel González, convirtiendo espacios no convencionales en áreas expositivas.

Una de las particularidades de su obra es el uso atrevido del color, especialmente en esta etapa de su vida creativa. Los elementos figurativos asoman desde el lienzo, a veces fragmentados, con trazos irregulares, aunque perfectamente definidos. En ocasiones la síntesis pictórica lleva a la simbología y raya en el abstraccionismo, algo que él considera como el próximo paso a seguir. «Me gusta que se vean trazos de carboncillo del dibujo que da origen a mis cuadros. Eso que para muchos es un defecto, para mí es un atractivo», agrega.

En pleno proceso artístico. Fotografía cortesía
cortesía Abaco Art  Gallery & Store
Confiesa que en este momento, la planificación se ha convertido en una particularidad dentro de su trabajo artístico. Aún antes de iniciar cada serie, sabe cuántas obras va a incluir, la dimensión de cada una de ellas, la paleta de colores definida con exactitud matemática. Cada uno de los lienzos resultantes, incluso, guarda una historia: «Creo que debe haber un lenguaje adicional en la pintura, a través de la expresión creativa. Y sí, es cierto, hay un lenguaje oculto en mis obras, está ahí. Puedo decir que literalmente escribo con el pincel, aunque no es una característica especial».

Según él, cuando pinta ejecuta pinceladas de determinada manera que prácticamente se convierten en una escritura propia, reflejada en los trazos sobre el soporte elegido.

Ibarra no oculta su interés en las opiniones que los espectadores expresan acerca de sus pinturas: «A la gente le incomoda mucho ver una obra y no poder entenderla. Siempre trata de definir lo que está en los cuatro márgenes de los cuadros y en ocasiones esa apreciación coincide con lo que yo quiero decir, en otras no y eso me llama la atención. Lo que ellos ven y dicen que yo hice».
Pajarraco No. 4. Obra de Francisco Ibarra.
Fotografía cortesia Abaco Art Gallery & Store
La acogida de su producción artística ha sido buena: «A las personas le gusta lo que hago y yo aprovecho eso para proyectar mi trabajo». Su identificación con su público le ha conducido a diseñar estrategias que faciliten llevar sus creaciones a cualquier lugar del mundo. De allí nació lo que él llamó Arte Portable (Portátil tal vez sería la palabra más adecuada), formatos dispuestos para su fácil traslado y ubicación en los sitios más convenientes.

En los actuales momentos se encuentra afinando los detalles de su próxima gira llamada Periplo Ilustrado, la cual combinará diversas experiencias artísticas y lúdicas con los espectadores... hasta compartir un café.

No oculta su admiración por el artista coterráneo Emerio Darío Lunar, uno de los que considera como su inspiración: «Lunar hizo en su obra un punto de partida, sin saberlo o sabiéndolo, del Arte en Venezuela». Más allá de la aparente personalidad extravagante de Lunar, hay una historia que Ibarra desea contar junto a un grupo de colaboradores: «El Niño Lunar combina una historia ficticia con la historia de Cabimas y Emerio Darío de fondo. Quiero llevar un mensaje espiritual, que creo necesario en estos momentos para que haya una comunión entre tanta intransigencia y el Arte».

Esa motivación inspira también el proyecto para la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Cabimas, que buscará reforzar nuestro sentido de pertenencia «y nada mejor que empezar por la parte más sensible, que es la cultura».

Las Memorias del Aire, libro actualmente en proceso de edición.
Fotografía cortesía cortesía Abaco Art Gallery & Store
El próximo lanzamiento de tres publicaciones le mantiene a la expectativa: Las Memorias del Aire, que reseña los últimos 15 años de su trayectoria, incluyendo anécdotas, el origen de los conceptos y las obras que le llevaron a realizar la muestra homónima; Las Mujeres de mi Vida, texto autobiográfico; y el poemario Pequeñas Anécdotas de la Cafetería.

Además, maneja su proyecto más personal: Abaco Art Gallery & Store, en Ciudad Ojeda y quizá próximamente en Cabimas, el cual hasta el año pasado funcionó también como una academia de arte para los más pequeños.

Proyecto, proyectos y más proyectos: ¿No es mucho para una sola persona?

Mueve la cabeza de derecha a izquierda, con un mohín de despreocupación: «No, no… Tengo una energía, que es la misma que tú tienes, y yo trato de enfocarla, en buscar gente con mis mismas inquietudes, en liderar iniciativas, buscar apoyos; mientras otros pierden esa energía en criticar sin desarrollar su potencial, yo me concentro en hacer cosas, en ocasiones simultáneas…y resultan».

Francisco recuerda su visita al Museo del Louvre, donde tuvo la oportunidad de admirar —como todos— la obra maestra de Leonardo Da Vinci. Sin embargo, lejos de sentirse fascinado por la pintura en sí, le inquietó el tumulto generado alrededor de la famosa modelo: las personas con sus cámaras y celulares, arremolinados para “ver” el famoso cuadro, sin detenerse siquiera a apreciar las otras maravillas que le acompañan en la misma sala del museo. «Nadie ve lo que la Mona Lisa ve», comenta divertido. «Yo no voy a dejar una Mona Lisa, pero estoy seguro de que el trabajo que quiero consolidar puede tener trascendencia para nosotros».

Baby, Lil, Bill & King Oliver's Creole Jazz Band. Fotografía cortesía Abaco Art Gallery & Store

jueves, 4 de agosto de 2016

Renée de Pallás: aquella Chica del 17

Renée de Pallás, toda una vida
dedicada al Arte, con mayúsculas.
A los 79 años, la actriz Renée de Pallás confesaba en una entrevista (1): «Tengo las mismas ganas de vivir de siempre, las mismas ideas. Yo he hecho de todo en esta vida, hasta he escrito programas de televisión, cosa que nadie lo sabe. Soy montañera, toda mi vida practiqué el esquí de nieve, hasta hace pocos años. Todavía cuento las horas para salir de viaje y conocer otro mundo. Ahora no estoy muy bien, la recaída fue fuerte, me vi grave, pero ya verás como en un mes estoy como una uva, dispuesta a subir montañas otra vez».

La veterana artista se refería a una fuerte bronconeumonía padecida luego de regresar de Francia, donde había viajado en compañía de unas amigas y que la mantuvo en cama durante varios meses. «Esta vez no llegó mi hora, será para después», diría en esa ocasión.

Después fue un año más tarde, luego de varias recaídas a causa de fuertes afecciones bronquiales que la mantuvieron hospitalizada en el Urólogico San Román durante una semana, hasta la mañana del 14 de noviembre de 1987. Su médico de cabecera, el doctor Reinaldo Muñiz Cano, le comentaría a la periodista Corina Yépez, del diario Panorama: «Luchó contra viento y marea como una “generala” para seguir con vida». Tristemente, su cuerpo no pudo ganar esta fuerte batalla, a pesar de ese espíritu indómito que la acompañó siempre.

Fuente: Diario Panorama
A Renée de Pallás la recordamos como una abuelita, a veces dulce, en otras una villana de alto vuelo, pero siempre haciendo gala de su profesionalismo al frente de los papeles que le encomendaran. Su vida transcurrió entre el teatro de revistas, la música, la radio y la televisión, donde supo ganarse el respeto y la admiración de todos quienes la conocieron y del público, que siempre le fue fiel.

Su nacionalidad siempre ha sido motivo de polémicas: se ha señalado que era cubana, española y hasta argentina. Sin embargo, ella misma develó sus orígenes venezolanos. Sus padres, el español Manuel Pedroso y la cubana Josefa Cabal, viajaron de España a Venezuela en 1906 para pasar unas cortas vacaciones en Trujillo, en una hacienda de un amigo, donde podían ordeñar vacas, comer carne fresca, además de respirar aire puro. «Un año después nací yo. Inmediatamente mi familia se fue a Cuba. Luego mi padre vendió todo y nos fuimos a España. Allí pasé muchos años y por eso conservo este acento».

Nació, entonces, el 12 de enero de 1907 con el nombre de María del Carmen Pedroso Cabal. De niña estudió ballet clásico, arte, pintura y música. Era muy soñadora y tocar el piano se convirtió en su pasión.

Su debut en la actuación se produjo de manera fortuita a los seis años de edad en Santiago de Compostela: «Necesitaban una niña para una obra de teatro a beneficio y por tratarse de esto último mi padre aceptó. Tuve un éxito tremendo aunque creo que fui novelera desde que nací».

Fuente: Foro Recordar es vivir.
Las telenovelas del ayer.
Siendo que su vocación ya estaba determinada, María del Carmen empezó a trabajar en el mundo del entretenimiento desde muy joven, especialmente en lo que llamaban teatro de variedades y revistas, que combinaban el canto con la interpretación de zarzuelas y obras ligeras. Los viajes eran frecuentes y en uno de ellos conoció al que sería el gran amor de su vida: el maestro de música Jesús Pallás Astorga, nacido en Cádiz el 18 de octubre de 1891. Sin pensarlo mucho, se casaron. Ella tenía 19 años y él casi le doblaba la edad.

«Nunca me gustaron los jovencitos. Siempre he sido muy madura para mi edad, creo que en parte porque viajé mucho y él era ya un hombre. Nunca más volvió a existir otro para mí», expresó en una entrevista. «Era un gran músico, muy buen amigo de sus amigos. Lo quería todo el mundo. Era muy inteligente, muy guapo y elegante. Lo tenía todo, un gran don de gente. Era muy grato estar con él».

Fuente: rauldario.blogspot.com
Tan grato fue que sacrificó tener una familia propia por estar a su lado. A la periodista Diana Barráez (2) le contó que perdió unos morochos: «De todas formas, él no quería que tuviéramos hijos, porque vivíamos viajando. Yo cantaba en su orquesta, nos presentábamos en diversos escenarios. Una vez me dijo que si quería tener un hijo, tendría que quedarme en casa de mamá mientras él viajaba. Yo le respondí que si me había casado con él, era para estar a su lado y preferí acompañarlo. Pero tengo una sobrina que es como mi hija, porque es su sobrina y porque se le parece. Se llama Amparo y le digo Amparul. Tiene dos hijos que son mis nietos».

Renée, ahora de Pallás, volvió a Venezuela en agosto de 1926, en una gira con una compañía de teatro, en la que también estaba su esposo. Caracas y sus habitantes, por su chispa y su gentileza, les resultaron muy agradables. «Él, que era andaluz, me dijo: ‘Los caraqueños son andaluces’. Y como le gustó también el clima de esta ciudad, aquí nos quedamos», indicó.

La radio era su pasión. Acá con Luis López
Puentes en Radio Rumbos. Fuente: Hombres
de Radio (1986)
, libro de María Angélica Olivero.
Tanto les gustó nuestro país que cuando una periodista le preguntó su nacionalidad, ella respondió con firmeza: «Soy más venezolana que nadie. Conozco este país de cabo a rabo, pero mis raíces, mis costumbres, todo lo que aprendí en los colegios donde estudié no me las cambia nadie, son españolas».

Dos años más tarde, Renée de Pallás se encontraba en el Zulia, de gira con una compañía teatral. Ella rememoraba (3): «La primera vez que visité Maracaibo fue en el año 28. Se viajaba para allá en barco, pasando por Curazao. Recuerdo también mucho los paseos a Lagunillas y Cabimas. Lagunillas estaba sobre el lago. Fui con una compañía de teatro. También íbamos a La Ceiba y tomábamos un tren por toda una selva hasta Valera. El camino estaba bordeado de cafetales […] Era mucho más lindo que ahora».

Hermelinda Alvarado, Mapy Cortés y Renée en
Venezuela también canta (1951). Fuente: revista
Encuadre No. 59, 1996.
Ya asentada en nuestro país, el trabajo sería constante y muy productivo. Fue una de las pioneras de nuestro medio radial y también hizo algo de cine, en la película Venezuela también canta (Fernando Cortés, 1951), junto a Mapy Cortés, Héctor Monteverde, Luis Salazar, Tomás Henríquez, Pura Vargas, Lucila Herrera y Linda Olivier.

El 19 de agosto de 1949, en la Oficina Principal de Registro Público del Distrito Federal, los esposos Pallás manifestaron su voluntad de acogerse a la nacionalidad venezolana. Llama la atención que en el documento legal indicaron ser de nacionalidad cubana y que contaban con suficientes medios de vida provenientes de su trabajo, así como la propiedad de un terreno en la urbanización Los Chaguaramos. “Hace veinte y tres años que vivimos en este País, aquí tenemos nuestras más queridas amistades y casi toda nuestra familia, hemos sido felices…”, declararon en esa ocasión de manera formal.

La feliz unión se mantendría hasta 1967, cuando falleció el maestro Pallás. En 1982  (4) Renée afirmó: «Fue mi adoración. Cuarenta años lo adoré y él a mí. Fue mi gran amor y lo sigue siendo». Cuatro años más tarde (5), reafirmaba su devoción a la figura de quien fuera su esposo: «Fueron 40 años de matrimonio, toda una vida. Él murió […] y nunca más volvió a existir otro hombre para mí. Amigos tengo muchos, pero a todos los veo como puedo ver a una mujer, a una amiga.»

María Luisa Sandoval, Luis Guillermo Vegas, Arturo Uslar Pietri,
Héctor Monteverde, Mapy Cortés, Tomás Henríquez, Renée de
Pallás. Lucila Herrera y Alfredo Boulton. Fuente: revista
Encuadre No. 59, 1996.
Cuando la televisión hizo su aparición en nuestro país, Renée de Pallás fue de las primeras en incorporarse al nuevo medio. Su debut en la pequeña pantalla fue con Radio Caracas Televisión, canal 2. Luego se marchó a CVTV, canal 8, recién inaugurado, «porque allí tenía un jardín, unos banquitos para sentarse, donde respirar aire natural y podía disfrutar de la vista de El Ávila». Finalmente se estableció en Venevisión, canal cuatro, donde realizó importantes papeles en producciones dramáticas de los años 70 y 80, por los cuales aún es gratamente recordada.

Trabajó en María Teresa (1972); en Peregrina (1973), donde interpretó a Victoria, quien regala su hijastra Gisela (Rebeca González) a la gitana Dorinda (Esperanza Magaz); y en Una muchacha llamada Milagros (1973/1974), cuyo papel de la intrigante Onelia, la suegra de Juan Luis (José Bardina), la ubicó entre las mejores villanas del género. También participó en Los Poseídos (1974), en el rol de Martha; en Mamá (1975), era la sirvienta Coromoto de Libertad Lamarque; y en Mi hermana Gemela (1975) encarnaría a Julia, la inescrupulosa vecina del apartamento donde residía Marta (Lupita Ferrer).

En el siguiente video se le puede ver en una escena de "Una muchacha...", donde aparecen Renée en su papel de Onelia y Haydée Balza, como Mónica Ruiz:

Fuente: canal Youtube de guanabanapuyua

En La Zulianita (1975), su personaje de Amelia de Arocha, madre de Juan Carlos Arocha (otra vez Bardina), la ubica en el rol por el cual se le conocería durante un largo tiempo: una dama de clase alta, orgullosa, a veces prepotente, inflexible y con cierta dosis de crueldad.

Recorte de prensa de una revista borinqueña.
Fuente: Foro Recordar es vivir. Las telenovelas
del ayer.
En esa época declararía a una revista borinqueña: «Detesto hacer el papel de madre posesiva y sobreprotectora. Mucha gente cree que estoy muy amargada y todo se debe a los papeles que me asignan». Al preguntársele cómo era en realidad, se autodefinió como «comprensiva y dulce. Fuera de escena traigo café y confites para los compañeros en la novela. Por ejemplo, en la novela Mamá mortificaba a Libertad Lamarque en mi papel de […] Coromoto. Sin embargo, en la vida real somos muy buenas amigas». Al referirse a su compañero José Bardina, comentaba divertida: «Bardina dice que soy la única que ha sido su suegra y su madre en menos de dos años…».

Ivonne Attas, Renée de Pallás, Caridad Canelón y
Herminia Martínez en Tres Mujeres. Fuente: ppdigital.com
Ya Renée tenía casi 70 años, pero demostraba ser una profesional altamente disciplinada, que madrugaba para estar en Radio Visión a las 6:45 am y participar en un programa diario.

En Tres Mujeres (1978) interpretaba a María Fernanda Aranguren, un papel que recordaba con gran afecto «porque era una vieja templada, igualita a mi abuela, mandaba como un general». Luego le comentaría a la periodista que la entrevistaba: «Hablando de eso, sabes cómo me dicen en Chile: ‘La Generala».

Captura de pantalla de Elluz Peraza y Doña Renée
en una escena de la telenovela Emilia.
Emilia (1979) la presentaba otra vez en el rol de la abuela de la protagonista, Doña Josefina: interesada, alcahueta, desconsiderada con su nieta Emilia (Elluz Peraza) pero apañadora de las trastadas de Nereida (Hilda Carrero), con ínfulas de mujer de dinero venida a menos.

Seguirían nuevos personajes en Buenos días, Isabel (1980), Ligia Sandoval (1981) y La Heredera (1982). En La Bruja (1982), con Flor Núñez, Daniel Lugo y Rubens de Falco, sorprendería en el papel de una anciana de mucha sabiduría y experiencia. Su personaje requería cierta dosis de misterio, por lo cual se le presentaba sentada en una cueva —supuestamente inmensa, en medio de “la selva”—, cubierta de una larga cabellera blanca y casi resplandeciente, mientras revelaba grandes secretos a Lucía (Flor Núñez). Para sorpresa de muchos, el pelo no era falso, sino su propio cabello.

Fuente: Panorama
En su trayectoria sumaron otros roles en la miniserie La culpa de Ismenia (1984), Virginia (1984) y un nuevo personaje que le acercaría más a su público: la dulce abuela consentidora de Alba Roversi en Ligia Elena (1982 /1983). Las Amazonas (1985) la devolvería a sus interpretaciones de dama de clase alta orgullosa, pero esta vez como Doña Delia, quien en el fondo era de buen corazón. Su última participación televisiva fue en El sol sale para todos (1986) como Doña Florentina.

América Alonso y Renée en uno de los dramáticos
de Venevisión. Fotografía: Carlos Marques
Respetuosa de su profesión como nadie, la veterana actriz afirmaría categórica en alguna ocasión: «Nadie puede ser actor por bonito. Hay que empezar por abajo y no por ser un galán». La periodista Corina Yépez (6) mencionaba que Renée era muy querida, que en el canal le decían abuelita y las jóvenes le pedían la bendición. Para todas tenía un consejo y nunca fue egoísta ni mezquina, pues no era de esas actrices que se negaban a reconocer los nuevos valores. A su juicio, era una mujer positiva, que amaba el lado hermoso de la vida y que sabía hacer algo hermoso de ella.

Si bien poseía un apartamento en Caracas, sentía que su verdadero hogar estaba ubicado en El Junquito, una localidad cercana a la capital venezolana, de agradable clima y paisaje, donde mantenía un cuarto fijo en el Country Club. «Es mi casa, más que mi propia casa. Adoro la naturaleza y los animales, me gusta mucho el frío. El calor no. Allí tengo mis muebles, ropa de frío, ruanas…».

Una abuelita muy coqueta y "pata caliente".
Fuente: diario Panorama.
Sin embargo, su placer era viajar y acostumbraba hacerlo, tanto dentro
como fuera del país. Ella misma se autocalificaba de “pata caliente”: «Me gustan la montaña, la selva y los animales. La playa me mata, me aplasta. Fíjate que cuando me voy de viaje y llego a Maiquetía, me siento con ganas de tirarme al suelo, me asfixio». Anualmente acostumbraba preparar sus maletas y dirigirse a Europa: «cuando no puedo salir del país a España, Francia o Viena, donde viajo todos los años, entonces voy a los Andes, al Salto Ángel, no me gusta la vida de ciudad».

Confesaba además que le gustaban más los animales que la gente, sobre todo los gatos. «Tengo tres hermosas gatas: Chichí; Casilda, la más pequeña; y una linda siamesa llamada Pusi Pusi».

En aquella conversación, dijo a la periodista que le desagradaban las groserías y los términos que degradaban el lenguaje: «Por eso cuando los encuentro en los libretos, los cambio, porque pienso que no tenemos derecho a dañar nuestro idioma que es muy rico y hermoso».

Oscar Mendoza, Esperanza Magaz, Napoleón Deffit, Renée de Pallás, Diego Acuña y Olga Castillo
en un especial musical de De Fiesta con Venevisión en 1982. Fotografía: Carlos Marques.
Todavía en 1982, Renée haría gala de su carisma para entretener a los venezolanos. Primero en un especial en De Fiesta con Venevisión y luego en Sábado Sensacional, donde se presentó el 17 de julio de ese año bailando piezas de cuplé, con gracia y picardía, junto a otras dos veteranas de la actuación: Olga Castillo y Chela D’Gar. Las escoltaban los actores Napoleón Deffit, Oscar Mendoza y Diego Acuña. Así es como la recuerdo: engalanada de traje largo, guantes blancos y un tocado de plumas, otra vez revivía a la Chica del 17, coqueta, deslumbrante y encantadora, lista para hechizar a la audiencia.

Un año más tarde, compartía con Mirla Castellanos en el especial de televisión "Esta Noche Mirla", presentado por Carmen Victoria Pérez y con el actor Eduardo Serrano como compañero de tertulia y canto. Vale la pena verla, para demostrar porqué a casi 30 años de su desaparición física aún se le recuerda con gran afecto, como una figura entrañable, de las cuales ya no existen.

Fuente: canal youtube de Daniel Jiménez. 

Referencias
(1, 2 y 5) Diario Panorama, 30/03/1986, p. 3-12
(3, 4 y 6) Diario Panorama, 15/07/1982, p. 39