sábado, 18 de febrero de 2012

Imágenes del paraíso

“Las postales son imágenes de la fascinación, del deseo del querer aquello que no tienes y que sólo podrás acceder a él una vez cada cierto tiempo…son imágenes del paraíso.”
Carmelo Vega
Profesor de Historia del Arte Contemporáneo
Universidad de La Laguna, Tenerife, España

Una de las grandes víctimas del avance de las nuevas tecnologías ha sido la tarjeta postal. Es una lástima, porque a través de estas coloridas cartulinas, la imaginación humana ha encontrado alas para conocer el mundo, revivir experiencias o solo disfrutarlas. Para mí han sido un pasatiempo que me ha procurado muchas horas de satisfacción. A través de mi colección he viajado mucho más de lo que hubiese podido con mis limitados recursos, pero también siempre han sido la promesa de algo que ocurrirá en algún momento de mi vida futura.

Según algunos historiadores, la idea de las postales surgió del británico Henry Cole, quien cansado de escribir felicitaciones a mano, encargó su diseño a su amigo, el pintor e ilustrador londinense John Calcott Horsley (1808-1882). La impresión de las primeras postales se hizo así en 1843, pero hubo que esperar hasta la década de 1860, cuando los avances de la impresión en color bajaron el costo, para que se hicieran populares entre el público en general.

La Edad de Oro de la tarjeta postal se ubicó entre 1900 y 1914, periodo en el que se convirtió en el medio de comunicación más popular y en el cual obtuvo mayores ventas. Coincidió con importantes cambios en la normativa de correos de muchos países. Por ejemplo, en aquella época se obligaba a los usuarios a escribir sus mensajes en el frente de la postal, muchas veces sobre la ilustración, reservando el anverso para el nombre, dirección del destinatario y los timbres. En Gran Bretaña, para dedicar más espacio al mensaje, se propuso dividir mediante una línea el anverso de la postal en dos partes, reservándose el lado izquierdo para la escritura y el derecho para la dirección. De esta manera, la ilustración de la postal no se dañaba, apreciándose mejor al ocupar todo el espacio. Esta medida fue recogida en 1905 por la Unión Postal Universal y generalizada poco a poco en todos los países.

Álbum abierto al destino

A pesar de la amenaza que representan en la actualidad las llamadas postales virtuales, todavía se mantienen coleccionistas, clubes y asociaciones cartófilas, revistas y exposiciones de la postal en cartulina. El auge del turismo, la publicidad y el apoyo de la industria impresora, son factores importantes para ello.

En una interesante entrevista a Carmelo Vega, profesor Titular de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, España, publicada en el portal ASHOTEL, este señala que la postal es un formato y un soporte cuya función, más allá de ser enviada, es la afirmación del acto mismo de estar de vacaciones, disfrutando del ocio, en una condición excepcional. “Me interesa y sorprende que se sigan editando postales y que continúen siendo, en mayor o menor medida, algo rentable ya que podía haber desaparecido como otros productos turísticos que están en desuso; es curioso e interesante que no se hayan extinguido con el boom de las postales digitales.”

Afirma que “antes, la postal tenía una función romántica, que pertenecía al pasado, un pasado idealizado del viaje, era una afirmación del ser y del estar turístico. Hoy apenas se escribe cuando se está de viaje; ahora nos llamamos por el móvil nada más llegar para decir que estamos bien.” Por eso, concluye que hoy se compra para recordar el lugar en el que hemos estado de vacaciones, como un souvenir más.

Otra afirmación interesante del profesor Vega es que las postales son una especie de guía del turista, una orientación en imágenes de los lugares turísticos: “A través de las postales sabemos lo que hay que visitar y hacer, qué tienes que comer, el ruido, el sonido del lugar, la música, el folclore...Son como un álbum abierto“. Aclara que la postal adquiere la visión de que el mundo tiene que estar catalogado, de que el universo son lugares, que cada uno de ellos tiene una imagen de identidad perfectamente representable y en ese sentido, la incorporación de la fotografía ha contribuido a dar imágenes estereotipadas de dichos lugares.

Por supuesto, como todo en la vida, hay recomendaciones para enviar postales. En la página protocolo.org, se mencionan algunas normas, de las cuales podemos resumir las siguientes:

SER ORIGINAL:Elija una alguna imagen representativa del lugar donde se encuentra. No tiene que ser la típica postal del monumento representativo de la ciudad, pero sí alguna original de un barrio de la ciudad, de un monumento poco conocido, etc.

SER BREVE Y CONCISO: Una tarjeta postal admite poco texto.

HUIR DE LOS CLICHÉS EN SUS MENSAJES.

NI TANTO NI MUY POCO: Aunque el espacio es pequeño, no redacte su texto tipo telegrama. Incluya alguna anécdota o adelante algo que contará cuando llegue. Y no olvide firmar la postal.

ENVIARLAS EN SOBRES: así se preserva la intimidad del mensaje que contienen.

ENVÍARLAS CON TIEMPO: Si va estar poco tiempo, envíelas en los dos primeros días para que llegue a tiempo. Si la estancia va a ser prolongada, puede hacerlo a la mitad de su estancia.

Me atrae la afirmación de que las postales son imágenes del paraíso. No de uno, diría yo, sino de muchos, largamente esperados y únicamente conocidos a través de esos pedazos de cartulina viajeros.



Las postales pertenecen a la colección personal del autor de este blog. Fuentes consultadas: Blog Historia Filatélica y revista Muy interesante

domingo, 12 de febrero de 2012

Veteranas del Oscar®

«Mi madre hizo una distinción entre el logro y el éxito.
Dijo que el logro es el conocimiento que usted ha estudiado,
por el que ha trabajado duro y ha hecho lo mejor que hay en sí mismo.
El éxito es estar siendo alabado por otros, y eso es bueno, también,
pero no es tan importante o satisfactorio.
Siempre apunte al logro y olvídese del éxito» 
Helen Hayes
Helen Hayes
La afirmación corresponde a alguien para quien el éxito nunca le fue esquivo: la legendaria actriz de cine y teatro, Helen Hayes, una de las pocas que ha sido merecedora de los premios Emmy, Grammy, Oscar® y Tony. En 1970, con siete décadas en su haber, era premiada con el Oscar® por su interpretación como la anciana osada e imprudente que se colaba en un avión en la cinta Aeropuerto, en la cual tal vez lo único recordable sea su presencia. Sin embargo, Hayes no era ninguna recién llegada en estas ceremonias: ya había recibido un premio de la Academia como Mejor Actriz por El pecado de Madelon Claudet, en 1931.

Hayes con la estatuilla
ganada en 1931
Con una trayectoria envidiable en el teatro, su llegada a la tercera edad le permitiría un resurgimiento entre las nuevas generaciones de cinéfilos por sus siempre simpáticas, inteligentes y entrometidas ancianas —tuvo la responsabilidad de interpretar en la pantalla grande a la legendaria Miss Marple, personaje emblemático de Agatha Christie—. En 1966 diría en el Show de Roy Newquist: «Cada ser humano en esta tierra nace con una tragedia, y no es el pecado original. Ha nacido con la tragedia de que tiene que crecer. Tiene que dejar el nido, la seguridad, y salir a dar la batalla. Tiene que perder todo lo que es precioso y luchar por una nueva belleza de su propia creación, y es una tragedia. Una gran cantidad de personas no tienen el coraje de hacerlo».
La orgullosa Miss Daisy
Ciertamente, en la ruta hacia el Oscar®, otras actrices debieron dar fuertes batallas y acumular mucho kilometraje antes de ser distinguidas por la Academia de las Ciencias y Artes Cinematográficas estadounidense. La reina de todas fue sin duda Jessica Tandy, quien en 1989 se convirtió en el actor o actriz de más edad en ganar ese galardón, por encima de otro gran veterano, George Burns. El rol que la hizo merecedora de la distinción fue en Conduciendo a Miss Daissy (Driving Miss Daisy), como una arrogante y testaruda anciana sureña y judía, que mantiene una entrañable relación con su chofer negro, interpretado por Morgan Freeman.

En Tomates verdes fritos
Tandy era de nacionalidad británica, nacida en 1909, pero su carrera la desarrolló en Estados Unidos de Norteamérica, tanto en teatro, televisión y cine. Fue la primera Blanche DuBois de la obra Un tranvía llamado deseo, en 1948, papel que le valió un premio Tony. Sin embargo, este rol le sería asignado en la gran pantalla a otra gran actriz británica, Vivien Leigh, quien venía de protagonizar el montaje orquestado por su marido, Laurence Olivier, en Inglaterra y que sería escogida por el director Elia Kazan por ser un rostro más conocido en Hollywood.

A pesar de que había incursionado en el cine en los años 40, se focalizó principalmente en el teatro, con eventuales papeles en películas tan conocidas como Los Pájaros, de Hitchcock, en 1963. En contra de cualquier pronóstico, Tandy retomó exitosamente su carrera cinematográfica en los años 80, en las cintas El mundo según Garp (1982), Las bostonianas (1984) y Cocoon (1985). Luego de recibir el Oscar® en 1989, fue nuevamente nominada como Mejor Actriz de Reparto por su participación en esa pequeña joya fílmica llamada Tomates verdes fritos (1991). Aún alcanzaría a interpretar tres películas más, entre ellas Camilla (1994). Murió de cáncer, a los 85 años, el 11 de septiembre de 1994.


Otra destacada actriz y escritora reconocida con el Oscar® a edad avanzada fue Ruth Gordon. El éxito no le fue desconocido en su trayectoria como guionista, junto a su marido Garson Kanin, como autores de las historias plasmadas en La Costilla de Adán (1949) y Pat y Mike (1952). En parte la relación fílmica entre los personajes que encarnaban Hepburn y Tracy en esos filmes era el reflejo de su propio matrimonio. Sin embargo, para obtener premios a sus actuaciones debió esperar hasta la década de los 60, cuando fue nominada en 1966 y ganó un Globo de Oro a la Mejor Actriz Secundaria por su papel en La rebelde (Inside Daisy Clover), protagonizada por Natalie Wood y Robert Redford.


El rol como la entrometida y diabólica vecina de Mia Farrow en El Bebé de Rosemary (1968) le valdría el Oscar® a Mejor Actriz de Reparto a la edad de 72 años. Hay que admirarla en el acto de premiación, cuando con un vestido que no recibiría ninguna buena crítica de la patrulla de la moda liderada por Joan Rivers, se levantaría de su asiento y ascendería ligera al escenario para proyectar su diminuta figura de 1.55 metros de forma impactante. Dos años más tarde, en 1971, sería nominada nuevamente por su papel de Maude en el clásico Harold and Maude, junto a Bud Cort como el apocado adolescente suicida que cambia su visión del mundo cuando se encuentra con ella. El 28 de agosto de 1985 un accidente cerebrovascular acabaría con su vida, a los 88 años de edad.


Otras actrices que recibieron el Oscar® en su ancianidad fueron Peggy Ashcroft, quien tenía 77 años cuando recibió el premio como Mejor Actriz de Reparto por su papel en Pasaje a la India (1984); y Margaret Rutherford, una excelente actriz de carácter que a sus casi 72 años fue reconocida también como actriz de reparto en los VIP (1963). Más veteranía acumularon Gloria Stuart, nominada por su participación como la anciana Rose en Titanic (1997) cuando contaba con 87 años; Ruby Dee, con 83 años, por su participación en American Gangster (2007); la mencionada Tandy, con casi 83 años, por Tomates Verdes Fritos; y Eva Le Gallienne, con 82 años, por su rol en Resurrección (1980).


Oscar® enmienda la plana


El Oscar® Honorario fue creado para premiar circunstancias particulares que, según la Academia, no se podían recompensar con los trofeos habituales. En la práctica, devino en un reconocimiento tardío para grandes figuras que nunca fueron tomadas en cuenta al momento de entregar la estatuilla, como Greta Garbo, Cary Grant, Orson Welles, entre muchos otros. Lillian Gish, pionera y estrella del cine mudo, recibió a sus 77 años uno en esta categoría en 1970, igual que la montadora Maggie Booth en 1977, ambas por su trayectoria profesional.


Mayor parafernalia recibió la distinción a otra leyenda del cine americano: Mary Pickford. Ella, quien fue premiada como Mejor Actriz en 1930 por su actuación en Coqueta (1929), había sido acusada en esa época, tal vez injustamente, de ganar mediante el uso de su influencia y de su prestigio en la industria para un premio que no merecía. Supuestamente Pickford habría hecho lobby fuertemente, invitando a los jueces a tomar el té en su mansión Pickfair. Sin embargo, su actuación en esa cinta fue bien recibida tanto por la crítica como por el público.


Mary se convirtió en una sensible intérprete de adolescentes, aún en su edad adulta, lo cual le había ganado el apodo de La Novia de América. Pero también fue una hábil mujer de negocios y un pilar fundamental en la industria fílmica estadounidense: de hecho, fue una de las tres mujeres fundadoras de la Academia y cofundadora de la productora independiente United Artists. No fue de extrañar, entonces, que en 1976, esta dama menuda recibiera un premio honorífico por su trayectoria a los 84 años. Para entregarle la estatuilla, se hizo un segmento especial, que mostraba la elegancia y lujo de su vivienda. Luego, Mary, ataviada con gran elegancia, visiblemente emocionada y aún con el candor de sus personajes en el rostro, recibía el premio e intercambiaría algunas palabras con su interlocutor.


Otra que siempre se mereció un premio y que tuvo que esperar hasta los 74 años para recibirlo fue Bárbara Stanwyck. Sus interpretaciones en Stella Dallas (1937); Bola de fuego (1941), junto a Gary Cooper; Perdición (1944), con Fred McMurray; y Número equivocado (1948) le valieron cuatro nominaciones, pero nunca logró llevárselo a casa. En la ceremonia correspondiente a 1977, Stanwyck y su querido amigo William Holden presentaron juntos el renglón al Mejor Sonido. En esa oportunidad, Holden comentó: “Hace exactamente 39 años Bárbara y yo estábamos trabajando juntos en Golden Boy. No me estaba yendo nada bien y me pensaban reemplazar. Pero debido a este hermoso ser humano que está a mi lado y a su interés, comprensión, estímulo e integridad profesional, estoy aquí esta noche”. Bárbara se emocionó hasta las lágrimas y ambos se abrazaron. En 1981, esta excepcional intérprete recibió un Premio Honorario. Holden había fallecido meses antes y John Travolta, quien actuó como presentador, trajo a colación la anécdota. Luego de recordar que había tratado de ganarlo varias veces, pero nunca lo había conseguido, Bárbara cerró su discurso emotivamente en recuerdo de su amigo: «Yo lo quería entrañablemente y lo extraño. Siempre quiso que me diesen un Oscar®». Levantó la estatuilla con los ojos llenos de lágrimas y concluyó: «Así que esta noche, mi muchacho dorado, se ha cumplido tu deseo».


En marzo de 1991, otra legendaria diva del cine se convertía en la artista femenina más anciana en recibir este galardón. Sirena de alto vuelo en cintas de gangster y dramas, fina comediante en la década de los 30, madura intérprete en películas como Llegaron las lluvias y Los mejores años de nuestra vida, Myrna Loy contaba con 85 años y 207 días cuando la Academia, que le había ignorado durante tantos años, decidió recompensarla por su trayectoria profesional. La noche de la gala, Angélica Houston sirvió de anfitriona, recordó su brillante carrera y, luego, anunció un enlace directo con el apartamento de la actriz en Nueva York: La cámara captaba a la agasajada frente al monitor de televisión disfrutando de la ceremonia en vivo. En un ligero acercamiento, se detuvo un momento ante ella, quien elegantemente ataviada y aún hermosa, quebró la expectativa de su intervención para pronunciar uno de los más breves discursos de agradecimiento que he oido: “Me han hecho muy feliz. Muchas gracias». Aplausos del público y de vuelta al teatro.


Tres veteranas más serían merecedoras de este premio: Sofía Loren (1991), a sus 57 años; Deborah Kerr (1994), a los 74 años; y Lauren Bacall (2009) a los 85 años.





Tatum O´Neal inició su carrera cinematográfica en Hollywood de la mano de su padre, Ryan O´Neal, en la cinta Luna de Papel (1973). Sorprendentemente y contra todo pronóstico, la debutante ganó un premio Oscar® como mejor actriz de reparto y se convirtió en la persona más joven en ganar esta estatuilla. Casi 40 años más tarde, ¿quién recuerda otra película relevante de Tatum O´Neal? Los hechos parecieran dar la razón a la veterana Hayes: Procuren el logro y olvídense del éxito.

jueves, 9 de febrero de 2012

¿Me enjabonas la espalda, cariño?

Si hay una escena recurrente en el cine, prácticamente desde que fue inventado hasta nuestros días, es la de la chica en la bañera. Ya en 1897, uno de los pioneros en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, George Mélies, presentaba al público en su corto Après le bal (le tub) a una dama en esta situación tan íntima:


El voyeurismo hacia las abluciones femeninas ha sido reiterado desde entonces. La chica It, Clara Bow, se mostró de manera casual en la bañera en la película Eve's Lover (1925), mientras atendía una llamada telefónica.

Esta escena encontraría múltiples variantes, que van desde los célebres baños de leche con los que Popea garantizaba la tersura de su piel, lo cual fue aprovechado por Cecil B. De Mille en El Signo de la Cruz (1932) para mostrar a una joven Claudette Colbert en la plenitud de su belleza:


Las escenas en la tina se sucederían con gran frecuencia. Algunas son sencillamente divertidas, como las protagonizadas por la rubia platino Jean Harlow en Tierra de pasión (Red dust, 1932) y Eres mío (Hold your man, 1933). En la primera, una sensual Harlow toma una ducha en un barril, en medio de la jungla, y provoca a su pareja Clark Gable, quien la sumerge por haber utilizado como bañera el depósito de agua para beber. Los espectadores aplaudían extasiados y luego, cuando ella sacaba la cabeza, chorreando y escupiendo, Gable la metía otra vez. Más aplausos por parte de la audiencia.

El crítico de cine Edgar Morin señalaba que Harlow exhibía su cuerpo muy conscientemente en la pantalla, pero no siempre la parte de él que cabía esperar. Las escenas de baño de sus películas en barriles de lluvia o bañeras corrientes, no se basaban, según él, tanto en el sutil ajuste delantero del nivel del agua, como en los excitantes planos de su espalda. El público deliraba cuando ordenaba al hombre que invariablemente estaba presente: "Restrégame la espalda".

En la segunda película, la actriz se veía en otra situación comprometida en la tina, donde es sorprendida por Gable, un estafador de poca monta, quien se escondía de su última víctima y un policía en el primer departamento abierto que pudo encontrar y que resultó estar ocupado por Ruby Adams (Jean Harlow), una mujer cínica con numerosos novios. Ella al principio no lo aceptaba, pero al final caía enamorada de él.

También en 1933, Myrna Loy encontró un rol que le permitía desplegar su atractivo sexual en The barbarian, la historia de una atracción interracial entre una mujer blanca británica y un príncipe árabe, interpretado por Ramón Novarro. El baño en esta oportunidad se dio en una lujosa bañera rodeada de pétalos de flores, donde la actriz dejaba entrever sus encantos y se veía más hermosa que nunca.

De allí en más, a pesar de las restricciones impuestas por la censura, la chica en la tina seguiría apareciendo en distintas situaciones fílmicas, algunas totalmente justificadas, otras como un gratuito colirio para los ojos de los espectadores:

Marlene Dietrich en Caballero sin armadura (1937)

Lana Turner en Las chicas de Ziegfeld (1941)
Betty Grable en Rosa la revoltosa (1943)

Paulette Goddard en Inconquistable (1947)

Joan Crawford, acompañada por Rosalind Russell en Las Mujeres (1947)

Rita Hayworth, en una película no identificada

Jane Russell, encarnando a Calamity Jane en El cara pálida (1948)

Nuevamente Lana Turner en La viuda alegre (1952)

Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año (1955)

Jane Mansfield en Will sucess spoil Rock Hunter (1957)

Joan Collins en Rally Boys (1958)

Natalie Wood en Esplendor en la hierba (1961)

Kim Novak en Notorius landlady (1962)

Elizabeth Taylor en Cleopatra (1963)

Jeanne Moreau en La novia vestía de negro (1967)

Claudia Cardinale en Érase una vez en el oeste (1968)

María Schneider en El último tango en Paris (1972)

Sofía Loren para la revista Life

Julia Roberts en Durmiendo con el enemigo (1991)

Mena Subari en una escena memorable de Belleza Americana (1999)

Michelle Williams, interpretando a la Monroe, en My weekend with Marilyn (2011)

Para variar y no olvidarnos que nuestras estrellas de la televisión venezolana fueron tentadas alguna vez para mostrarse en sus íntimos baños de burbujas, les presentamos a dos bellezas, María Conchita Alonso e Hilda Carrero, en un reportaje especial para la recordada revista Momento:



Llegada la hora, no queda más que despedirme para ir al baño...¡a refrescarme, por supuesto!

miércoles, 1 de febrero de 2012

La noche cuando murió Lila...en la web


- Murió Lila Morillo - me comentó mi hija esa noche del 1º de diciembre de 2011, con una expresión evidente de su comprensión acerca del anuncio que me hacía.

- ¿Quién lo dice? - le pregunté, todavía incrédulo por la inesperada noticia.

- Lo puso su hija en el twitter - explicó y me mostró la pantalla de la computadora en la que aparecía el mensaje

Todavía capcioso —no era para menos, en un país en el que a cada momento anuncian la falsa defunción de un personaje público—, busqué mi laptop y me dediqué a investigar. La noticia aparecía como confirmada en la versión electrónica del diario aragüeño El Periodiquito. Incluso Wikipedia llegó a colocar, en una actualización de su página dedicada a la artista, datos sobre su muerte y hasta las causas de ésta: «Lila Morillo: (Maracaibo 14 de agosto de 1940 - 1 de diciembre de 2011), fue una cantante y actriz venezolana…. Muere el 1 de diciembre de 2011 en su natal Maracaibo a causa de una intervención quirúrgica de carácter estético, a causa de una mala respuesta a los anestésicos». ¡Plop! Numerosas entradas en diversas páginas daban cuenta de la perplejidad de los usuarios: ¿Se murió o no se murió? ¿Es cierto lo de Lila?

Lo confieso públicamente: nunca he sido fanático de esta actriz y cantante marabina, pero estoy claramente advertido de que, para muchos, ella es una referencia de zulianidad. De allí que era fácilmente comprensible el alboroto que se había armado. Habría que haber vivido en una burbuja de cristal para no haber oído de las andanzas de Lila en los años 70 y 80.

Para mí, la imagen de Lila tiene varias caras: por una parte, la asocio con la música rockolera, hecho que descubrí fortuitamente cuando a principios de la década de los 70, al revisar la lista de canciones de uno de esas antológicas máquinas de pinchar discos en un bar de pueblo en Margarita, comprobé que gran parte eran de éxitos de Lila Morillo, tales como El Cocotero, Tres meses de vida, Fuego lento, Mi corazonada, Fichas blancas, Propiedad privada, Tronco seco, Perdone usted y Anillo de promoción. Era la reina absoluta, junto a Nohemí Berlati, Los Terrícolas, Julio Jaramillo y otros nombres que hoy se encuentran injustamente olvidados.

Después está la Lila despechada, esa que reclamaba por la Jaula de Oro en la que había sido colocada —asumía uno que por su esposo José Luis Rodríguez, El Puma, para la época triunfando en Latinoamérica, mientras su pareja languidecía asfixiada en su lujosa residencia en Miami, un lugar que le era extraño y donde ni siquiera dominaba el idioma, según confesara ella misma en alguna entrevista—. Eran los años gloriosos de Sábado Sensacional, junto a Amador Bendayán y el Gordo Peña, quienes conscientes del atractivo de su figura exclusiva, la anunciaban casi cada fin de semana, ya acompañada de sus hermanos, ya sola entonando baladas o rancheras y —¡cómo no!, su éxito imperdible, El Cocotero. Finalizando los 80, Lila incorporaría otro tema emblemático a su repertorio: El Moñongo.

Está también su discreta faceta como actriz, liderando en los 70 con María Mercé, la Chinita, y otras apariciones no tan felices, incluyendo una en la novela Viva la Pepa (2001). Hay que sumar también su conversión cristiana, su ya legendario antagonismo con otra grande de la canción —Mirla Castellanos— y su anunciada biografía, esa que siempre tiene escondida como un as bajo la manga, pero que nunca ve luz editorial.

Todas estas ideas pasaban por mi cabeza. La recordaba en la última edición aniversaria de la revista dominical Todo en Domingo: Lila, vestida de Lila, con sus vestidos pomposos, reinando en la sala de su hogar en Caracas, con sus muebles de estilo, mientras una pareja rococó de enamorados en cerámica asomaban por detrás de su figura, cómodamente instalados en la mesa auxiliar. Lila que cuenta una vez más su vida azarosa, sus limitaciones económicas, el amor de su familia, su larga cadena de cirugías y enfermedades… Lila más Lila que nunca, a sus 71 años muy bien llevados, todavía atractiva, todavía Lila.

Sin embargo, las imágenes más recurrentes provenían de una de las mejores sesiones fotográficas que figura artística haya realizado en nuestro país. A mediados de los 80, la revista Ronda publicó un especial con Lila en una piscina. Ella misma comentaba que la idea había provenido luego de ver unas fotografías de Natalie Wood, vestida con una malla color carne, aparentando un desnudo acuático. Por supuesto, al inicio del reportaje, las gráficas mostraban a la zuliana inmersa hasta el pecho en el agua, con su peinado lleno de laca y el maquillaje intacto. Pero a medida que avanzaba la sesión, Lila fue perdiendo el pudor y se zambullía feliz en el agua, mientras mostraba, sugerente, sus atributos. La imagen sería portada de varias revistas, incluida Cosmopolitan.


Ahora, que su muerte era anunciada a través de la red, no dejaba de pensar que Lila no merecía un final como ese: apenas unas líneas en el twitter de su hija, en medio de especulaciones y rumores. Para este luctuoso momento, me la suponía en una mediática aparición pública, todos consternados por su inminente deceso, pero siguiendo de cerca de las incidencias del acontecimiento…

A las dos horas, la noticia se desinflaba. Desde Miami, Liliana Morillo desmentía la muerte; anunciaba que su progenitora estaba bien de salud y se encontraba con ella y con Lilibeth en Estados Unidos. Explicaba que la cuenta de su hermana había sido hackeada para dar a conocer esta información falsa. Anita Morillo también aclararía la situación a través de un contacto telefónico con el diario Últimas Noticias. La propia Lila tuvo que hacer una declaración en vivo a través del programa Buenas Noches, de Globovisión: “Yo les doy las gracias por la preocupación, por el amor que me tienen, demostrado en este momento... Con el amor de un pueblo no se juega; quienes quisieron hacerme un daño lograron que en verdad fuera una victoria".

Una victoria que nadie puso en duda. Quizá la mejor frase de la noche correspondió a Eneida Morillo, otra de las hermanas de la intérprete, quien en comunicación telefónica con el canal de noticias Globovisión anunció: «Aún queda mucho Moñongo y Cocotero también».

Pocos minutos después, Wikipedia corregía su página. Sin embargo, todavía hoy, El Periodiquito mantiene la nota con el rumor que revolucionó a Venezuela y que se convirtió en trending topic en la red social Twitter.