sábado, 27 de agosto de 2011

La noticia que nunca fue


En junio de 1986, mientras cursaba la cátedra Práctica Profesional II, para obtener la licenciatura en Comunicación Social mención Periodismo Impreso, se me ocurrió realizar una entrevista a Emerio Darío Lunar para cumplir con una de las actividades asignadas en el curso. No era la primera vez que lo hacía, pues cada vez que por alguna razón no encontraba un personaje acorde para los ejercicios reporteriles requeridos, acudía a él, quien siempre fue receptivo a mis solicitudes. Lamentablemente, esta información nunca fue publicada y es hoy, venticinco años después de aquella conversación y veinte posterior a su muerte, cuando me he animado a compartirla con ustedes. Espero les guste.

Emerio Darío Lunar: "Maracaibo empieza a aceptarme"

Emerio Darío Lunar tiene razones para sentirse satisfecho. Además de ser protagonista de un Cuaderno Lagoven en la Pantalla, transmitido recientemente por los dos canales televisivos del Estado y por canal 11 del Zulia, su exposición en la galería 700, en Maracaibo, fue todo un éxito. Tan sólo el primer día vendió todas sus pinturas.

"Realmente, me fue muy bien", dice con humildad, con su hablar casi ininteligible y su gesticulación característica. Su figura nos recuerda en algo a Reverón, ese mago de la luz: barba poblada y pelo largo entrecano, sin camisa y con esa mirada triste, difícil de olvidar, en la cual parece querer esconder los mil y un secretos. Tal vez por ello, en su última visita a Caracas, se escudó todo el tiempo detrás de unos anteojos oscuros que sirvieron de inspiración a RAS para una estupenda caricatura, publicada en su columna en el diario El Nacional.

Su casa se asemeja a un museo, con cuadros tapizando todas las paredes. Y desde ellas, sus mujeres, mirándonos. "Son como mis hijas", nos dijo alguna vez. Ahora las vemos recostadas, sentadas, de pie, pero siempre con esa mirada vaga, curiosa, impenetrable... ¿La mirada del pintor, tal vez?

Lunar habla de su satisfacción por la receptividad encontrada en Maracaibo. "Debe ser que ya se están acostumbrando a mí, que empiezan a aceptarme", especula y da una chupada a su cigarrillo. En el taller improvisado donde trabaja, con pinceles, pinturas y periódicos regados en el piso, una mujer -¡Cuándo no!- le mira de soslayo, mientras él se eterniza a sí mismo en la tela como una estatua clásica.

"Me estoy haciendo publicidad", bromea. Y su risa llena toda la habitación; más allá, su hermana María nos mira, como queriendo intervenir en la conversación.

- ¿Proyectos? Tal vez haga una exposición en octubre en la galería Euroamericana, en Caracas. Ambrosino (el dueño de la galería)está interesado en hacer otra en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), pero desea obras grandes y yo no las quiero hacer.

Lunar ha vendido todos los cuadros recientes, luego de tenerlos apilados un buen tiempo en su casa y se siente complacido por ello. No quiere trabajar demasiado. "Me duele mucho la vista y me voy a quedar ciego pintando", se disculpa, mientras da otra mirada a la mujer del cuadro.

Cabimas es nuevamente visitada por el sol zuliano, cuando el pintor retoma sus fantasmas y nosotros nos alejamos de su casa-museo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Secreta pasión pública

No sé aún determinar cuándo, conscientemente, empecé a amar esa serie de imágenes animadas, sucesión de fotografías a 24 cuadros por segundo que llamamos cine. Sentado en una butaca, frente a una inmensa pantalla blanca, tal vez fue ese parpadeo de luz que, en su tartamudez casi imperceptible, desplegó más vida de la que hubiese soñado jamás en un pequeño pueblo provinciano con título de ciudad.

De dibujos animados a grandes epopeyas bíblicas, pasando por un escarabajo en cuatro ruedas llamado Herbie, el cine era para mí el pasaporte a un lugar insospechado donde la gente vivía aventuras extraordinarias, tanto que nosotros, seres comunes, debíamos rendirles tributo como espectadores en salas de tercera categoría.

No había “nombres”, sólo “gente” que se deslizaba en ese raudal de luz desbordada hasta la impoluta pantalla a través de la minúscula ventanilla del saloncito de proyecciones.

Un día, unas piernas descubiertas por el indiscreto aleteo de una falda plisada color champagne, me sugirió que quizá esos seres podían ser reales; que detrás del personaje de turno y el rostro en close up también tenían una vida propia, un nombre: Marilyn Monroe Clark Gable, James Dean, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Jean Harlow. Nombres extraños, sugerentes, que salían de mi boca a veces como un susurro, otras como un latigazo. Confundidos los personajes con la persona, representaban seres refinados y mundanos, extraordinarios amantes, con figuras que parecían no ser de este mundo, de tan perfectas que eran.

He amado el cine desde que tengo conocimiento de mí mismo. Con el cine he reído, me he enfadado, he llorado, he soñado…Con y por el cine aprendí a leer en imágenes, a reflexionar, a crear y a creer que hay mundos posibles más allá de nuestra realidad, en ocasiones sórdida.

Lo triste del cine es que cuando aprendes a disfrutar una buena película, se hace muy difícil soportar las historias sin vida con las que nos quieren acostumbrar muchos cineastas de hoy. Después de todo, cuando aprecias un buen vino, los malos te saben a vinagre.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ese vestidito blanco...


En el mundo femenino, siempre se habla del vestidito negro como el elemento infaltable en el guardarropa de toda mujer para salvarla en cualquier ocasión. Sin embargo. ninguna prenda de vestir ha ganado tanta fama como el vaporoso vestido blanco con el que Marilyn Monroe conmocionó el mundo del espectáculo en 1955, en aquella famosa escena de La comezón del séptimo año (The seven year itch, en su título original, dirigida por Billy Wilder), en la cual su falda aletea gracias al metro de Nueva YorK.

En un momento de la película, cuando Marilyn se acerca a una rejilla del metro, su vestido con pliegues se eleva hasta el aire dejando al descubierto sus piernas, una escena mítica que ha sido recreada infinidad de veces y que ha pasado a formar parte del conjunto de imágenes icónicas que nos ha brindado el cine. La figura silueteada de la Monroe fue utilizada en las estrategias promocionales del film, incluyendo su colocación en avisos de gran tamaño en las ciudades donde era proyectada la cinta, como esta en Nueva York, el año de su estreno.

Uno de sus biógrafos relata la anécdota según la cual un ofuscado Joe DiMaggio, para la época segundo esposo de la actriz, quien se encontraba en plena filmación de la escena junto a una multitud de curiosos y representantes de los medios, trató de abandonar el lugar, pero fue detenido por los periodistas, uno de los cuales se le ocurrió el comentario: "Qué le parece que Marilyn enseñe más de lo que había enseñado hasta ahora, Joe...?". DiMaggio no contestó y se retiró del sitio. Dos semanas más tarde, cuando ella regresó a Los Ángeles, anunció a la prensa que estaba en trámites de divorcio.

Con los años, el vestido blanco pasó a formar parte del imaginario colectivo. El caricaturista Al Hirschfeld inmortalizó a Marilyn con su estilo característico:

Betty Boop tampoco se quedó atrás:

Donna Summer la emuló en 1976 en su album Four Seasons of Love:


Kelly Lebrock también rindió su particular homenaje, de la mano de Gene Wilder, en The woman in red (1984):


En 2010, Lindsay Lohan completó su participación en la película de bajo presupuesto “Underground comedy 2010”, donde caracterizó a Marilyn Monroe y recreó nuevamente la famosa escena:


El 19 de junio de 2011, los medios de comunicación anunciaron que esta prenda había sido vendida por 4,6 millones de dólares (unos 3,2 millones de euros), convirtiéndose en la estrella de la subasta de recuerdos de Hollywood que había celebrado la noche anterior la casa Profiles in History, en Calabazas (California). Fue la primera parte de la venta de la colección privada de la actriz Debbie Reynolds, que incluye 3.500 vestidos, 20.000 fotografías originales y varios cientos de pósters de películas y objetos relacionados con la industria.

Sin embargo, quizá el triunfo definitivo del famoso vestidito blanco lo constituyó la presentación el pasado 15 de julio de la escultura “Forever Marilyn”, del artista Seward Johnson, la cual fue inaugurada en Chicago, Estados Unidos de Norteamérica. El artista construyó la obra, de ocho metros de alto y 15.400 kilos de peso, utilizando aluminio y acero inoxidable. Será exhibida en Chicago hasta la primavera del 2012.





A Marilyn y, especialmente, a Billy Wilder, les habría encantado verse nuevamente en el ojo público de manera tan contundente.

Para cerrar, mi homenaje personal a tan tierna escena y la secuencia original de la película: